“Hay remedio para un corazón roto”

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No es el mal de amores una dolencia moderna. Avicena (s. XI) en su Canon de Medicina sitúa el amor dentro de los trastornos mentales junto a la somnolencia, insomnio, hidrofobia y melancolía… Pero el afán reduccionista de los últimos siglos ha relegado al amor a temática de artistas, privándonos de un entendimiento intelectual del mismo. Por lo tanto nadie nos enseña a amar, ni mucho menos a dejar de amar.

Sólo tenemos a nuestra disposición canciones, poemas, obras literarias, películas, que en muchas ocasiones no son las más adecuadas como ejemplo de comportamiento tras un fracaso amoroso.

Desde mi punto de vista, lo primero que tenemos que entender es que debemos pasar un proceso de duelo. Hay que sentir tristeza, es lo natural. La tristeza es una emoción útil (como todas) Nos proporciona momentos de quietud en los que reorganizar nuestra vida y nuestros pensamientos. Hay que entender que todo el espacio (y el tiempo, y los pensamientos, y las emociones) que ocupaba el “ser amado” ahora está vacío… así que hay que llenarlo con otras ocupaciones. Esto nos lo permite la tristeza.

El problema aparece cuando la tristeza se alarga en el tiempo o forma parte de nuestra vida de tal manera, que nos impide realizar otras cosas, esto es, la tristeza patológica. Se produce por muchas causas. Algunas de ellas pueden ser: creencias erróneas sobre el amor, falta de autoestima, abandono de cosas importantes para uno mismo en favor de la pareja, altas expectativas, pérdida de redes sociales…

Yo soy de la opinión que nos deberían enseñar a amar (y de paso a desamar) como parte de la vida que es, que no nos pillara de forma imprevista. Porque las emociones no son menos importantes por el hecho de que no sepamos científicamente a qué se deben. Porque forman parte de nuestra cotidianidad mucho más que las integrales, la clasificación de las nubes, y las características de la generación del ’27 y eso, eso sí nos lo enseñan.

Alma Montes. Psicóloga.