Te has sorprendido alguna vez actuando de forma muy impulsiva, sin apenas control de tu conducta, para darte cuenta, poco después, de que tu reacción ha sido exagerada e irracional. ¿A quién no le ha pasado verdad?
Pues te cuento que ese acontecimiento tiene nombre y apellidos (y por supuesto autor, Daniel Goleman). Hoy hablaremos del secuestro emocional.
¿Por qué pegaste a tu hermano pequeño si solo estaba bromeando cuando te quitó el mando? ¿Por qué estallaste en cólera cuando aquel conductor te adelantó de forma imprudente? ¿Por qué no controlaste ese ataque de celos que tanto daño hizo a tu pareja? ¿Por qué gritaste tanto y corriste despavorida si aquello que había en el suelo solo era un trozo de cuerda y no una boa constrictor ?
Como ves, son muchas las situaciones en las que se puede dar un secuestro emocional y cuando caemos en uno perdemos por completo los papeles. Esto se debe a que la emoción que nos suscita la situación toma el control de nuestra conducta y no nos permite pensar. Nos limitamos a actuar arrastrados por ella.
Segundos o minutos después de haber explotado, nuestro cerebro racional vuelva a tomar el control de la nave y se pone a evaluar los daños sufridos durante el secuestro. A veces habremos perdido amistades, otras la confianza y complicidad de un ser querido y otras quizá el respeto que nos tenemos a nosotros mismos. Entonces llega el turno de emociones como la vergüenza o la culpa, que tanto nos martirizan.
Sea cual sea el daño, nos hubiese gustado haber sido capaces de controlar nuestra reacción. Pero, ¿por qué es tan difícil? Porque estamos evolutivamente preparados para que, en caso de identificar una amenaza (real o imaginada), nuestra reacción sea más rápida que efectiva. Este mecanismo tuvo un sentido en el pasado. Imagina a nuestros antepasados cromañones frente a un peligro inminente, como el ataque de un depredador. En esas situaciones la reacción debía ser rápida, cada milésima de segundo resultaba crucial. ¿Atacaba o huía? la velocidad de su decisión marcaba la diferencia entre la vida y la muerte.
Sin embargo, hoy en día ya no enfrentamos ese tipo de peligros. La mayoría de amenazas que identificamos provienen de nuestras relaciones sociales o de la frustración por no alcanzar algún objetivo personal. Estarás de acuerdo conmigo en que se trata de situaciones en las que un secuestro emocional suele tener más costes que beneficios.
Esto se debe a que una emoción, cuando más rápida, más inexacta y torpe nos vuelve. Pero OJO, esto no significa que experimentar emociones sea algo malo (una vida sin emociones es como un huevo sin sal), sino que el impulso que implica su aparición puede ser desproporcionado y nos puede llevar a actuar de forma poco útil o adaptativa.
Te dejamos mucha más info en el siguiente vídeo ;-)
Si eres una víctima habitual de secuestros emocionales (ataques de ira, de celos, de llanto o de ansiedad) debes empezar a trabajar tu gestión emocional. En futuras entradas de nuestro blog abordaremos en qué consiste la gestión emocional. Por ahora, puedes empezar contándonos cuándo y cómo fue tu último SECUESTRO EMOCIONAL.