Y vamos a demostrarlo con un experimento:
Wilkes y Leatherbarrow en 1988 realizaron un experimento llamado "El Incendio".
A un grupo de personas se les contó la historia de un incendio cuya causa había sido unos botes de pintura.
Cuando se acercaba el final de la sesión, dijeron al grupo que habían recibido información de última hora: No había latas de pintura por ningún lado.
No añadieron nada más.
Al pasar varios días, citaron al mismo grupo y aproximadamente el 50% de los y las participantes refirieron como causa del incendio las latas de pintura, aunque sabían que no habían encontrado ninguna en el edificio.
¿Qué demuestra este experimento?
Que la mente humana prefiere tener una explicación aunque sea errónea a no tener ninguna.
¿Y cuál es el problema?
Al no soportar las incertidumbres de la vida, si aparece alguien con una respuesta que nos tranquilice, aunque no se ajuste a la verdad, la aceptamos.
Esta tendencia, junto al sesgo de confirmación, hace que entremos en contacto con pseudociencias que no son para nada útiles a largo plazo.
La ciencia te da respuestas, pero no siempre verdades absolutas, porque en eso se basa.
Aceptar que la vida es incontrolable da miedo, no os lo voy a negar. Pero una vez nos preparamos para ello somos capaces de asumir lo que ocurre desde un punto de vista activo, no desde la resignación que los dogmas ofrecen.
Y eso nos ofrece una cosa mucho más importante: ser libres.