El día 15 de octubre de 2018, Día de la muerte perinatal y gestacional a las 9:56 de la mañana publiqué un post en mi página de Facebook sobre psicología haciendo una llamada al reconocimiento del duelo de las mujeres y familias que habían perdido un bebé durante la gestación o después de la misma y me leí la Guía sobre qué hacer en caso de muerte perinatal que la Asociación Umamanita había publicado esa misma mañana. Yo estaba embarazada de mi hija Inés, de 38+5sdg (semanas de gestación) y nunca imaginé que ese mismo día a las 18:00 horas yo me iba a convertir en una de esas mujeres y mi familia en una de esas familias.
La última vez que sentí a Inés fue de madrugada, tenía mucho hipo y no me dejaba dormir. Me levanté por la mañana y no se movía, pero ilusa de mí, pensé – “Estará dormida. Ahora cuando desayune seguro que se activa. Además tiene muy poco espacio.” Desayuné, pero Inés no se movió, algo en mi me decía que no iba bien. Pero no quise pecar de paranoica. Volví a desayunar, pero tampoco se movió.
Le dije a mi marido que después de pasar consulta por la tarde me llevase al médico porque sentía que algo no iba bien. Me dejó en urgencias del hospital materno y él se fue con mi hijo mayor, porque yo le dije: “seguro que no es nada, pero me quedo más tranquila”.
Me hicieron pasar. Me pusieron el doppler, pero la matrona no encontró latido. Me dijo que iba a llamar a la ginecóloga para que me hiciese una eco, que los aparatos a veces no captan el latido por la posición del bebé.
La ginecóloga vino acompañada de dos médicos más. Me llevó a la consulta donde se encontraba el ecógrafo y empezaron a llegar más médicos. Todos miraban la imagen del ecógrafo con cara de circunstancias. Recuerdo a una de ellos, joven a la que se le saltaron las lágrimas. Fue entonces cuando lo supe y pregunté -¿Que no, no?- y la médico me hizo un gesto con la cabeza y me dijo: “No. No hay latido”.
En ese momento pegué un salto de la camilla, casi me caigo y los médicos no hacía más que decirme que estuviese tranquila (os recomiendo recordar no decirle a nadie nunca eso de tranquila cuando ocurre una situación que es para no estarlo). Yo solo pensaba para mis adentros que me acababan de decir que mi hija estaba muerta y que podía estar de todo menos tranquila. Recuerdo que sólo decía: “no me puede estar pasando esto a mi hoy. No puede ser.”
Me ofrecieron irme a casa, pero les dije que no, que tenía que llamar a mis padres, mi marido, mis suegros para organizarnos con mi hijo y que viniese mi marido al hospital que yo no me iba a casa. Después de llamarlos yo solo podía pensar en la información de la Guía que había leído por la mañana y una historia que se hizo viral sobre una orca que parió a su cría muerta y la llevó en el lomo durante tres semanas, hasta que ya no pudo más y la dejó ir. Me repetía una y otra vez que tenía que afrontar la situación. Soy psicóloga y es lo que repito en todas las consultas.
Vino mi marido y su tía, que fue matrona. Mientras tanto la médico me dio a elegir si parto natural o cesárea. “Parto vaginal”, respondí. No paraba de pensar en la orca y su cría y me decía a mi misma que la naturaleza es una gran maestra. Gracias a la vida, apareció también Aroa, la matrona que asistió mi parto y que estaba formada en qué hacer en estos casos. Sentí que hablaba mi idioma, que me entendía y en todo momento me dio opción de lo que hacer y me recomendó lo que era mejor para mí y para el duelo. Le dije que quería hacerlo como ocurre en la naturaleza, como si Inés estuviese viva porque era consciente de que eso me iba a ayudar en mi proceso de duelo, y efectivamente fue lo mejor que pude decidir.
No sé qué hora era, perdí la noción del tiempo. Me pusieron propess por tener cesárea anterior de mi hijo Mateo para inducir mi parto y me llevaron a la sala de dilatación 1 del hospital de Jerez que es donde suelen poner a las familias que les ocurre esto. Empezaron las contracciones y varias veces me ofrecieron ponerme un sedante. Yo decía que no una y otra vez y me preguntaban que por qué no, yo siempre respondía que sabía que eso me anestesiaría y me alejaría de contactar con la experiencia de parir a Inés y de la pérdida, cuestión que se que es fundamental para el proceso de duelo. Contactar con la realidad de la pérdida, creer lo que ha pasado, es el primer paso para sanar.
Finalmente accedí porque me dijeron que eso haría que mi cuello se relajara y que el trabajo de parto se facilitase. Fue como haberme bebido 4 copas y coger un punto gracioso sin haber cogido ni una sola, incluso llegué a bromear con mi marido y reírme entre contracción y contracción. Lo cierto es que no recuerdo si me pusieron oxitocina sintética o no.
Cuando comenzaron a darme más seguido y ser más dolorosas, hacia el sonido “aaaaaaaaa” con un boli entre los dientes para engañar un poco al cerebro y mi marido masajeaba la parte baja de la espalda para mitigar el dolor. En cierto momento, me hicieron tacto y me dijeron, te vamos a bajar para poner la epidural. Me la puso un anestesista con pinta de muy moderno y me puso una dosis tan alta que no sentía de barriga para abajo absolutamente nada. Pensé en que me la pondrían como con mi hijo(walking epidural) pero no fue así. Me empezó a dar mucho frío, temblaba mucho, tiritaba. Tanto que me pusieron una manta enchufada a aparato que emitía calor que tenían en quirófano. Me dio un poco paranoia de que iba a morir yo también, que no podía sentirme las piernas y que la tensión era muy baja y que yo también moriría. Fueron unos momentos muy angustiosos. Preguntaba a mi marido cada vez que pitaba el aparato de la tensión que cuanto marcaba. Menos mal que llegó Aroa Vaello en el cambio de turno, la matrona formada en casos de duelo y me tranquilizó con su presencia, experiencia y sus palabras.
Conseguí dormir un poco y no se a qué hora apareció Aroa acompañada de la Tía de mi marido, matrona jubilada. Me hicieron tacto y me dijeron que estaba completa. La cabecita de Inés ya se veía un poco. Oí decir a Aroa que tenía el cráneo muy acabalgadito. Me dijeron que empujara, pero no podía debido a la gran cantidad de epidural que me habían puesto. Me retiraron a bomba de anestesia y me llevaron a paritorio. Mi marido vino conmigo. Le pusieron e atuendo correspondiente y a mi me pasaron al potro entre 6 personas. De esas 6, algunas se fueron y otras se quedaron.
Nuestra Tía Paz, se quedó fuera pero podía asomarse por una ventanita. Todo el personal estaba en silencio, luz natural, solo un pequeño foco encendido. Aroa, estaba esperando a Ines e Isabel me guiaba en los pujos haciéndome observar mi barriga para ver cuando tenía que empujar ya que no podía sentir nada. Después de 3 empujones Aroa me dijo- ya está aquí la cabeza, ¿quieres verla?- yo le dije que sí. Cogió un espejo y lo puso mirando hacia mí. Pude ver la cabeza de Inés llena de pelo. En unos cuantos empujones más Inés salió. Me la pusieron encima, estaba calentita. Era preciosa, larga y se parecía muchísimo a su hermano. Tenía la boquita abierta y olía a flores. Comenté con mi marido que era igual que Mateo. Parte de su piel estaba despegada. Le pusieron una toallita encima. Me cosieron y me avisaron que se la llevarían para pesarla y medirla, envolverla y me la darían de nuevo.
El parto fue una experiencia para mi preciosa, mágica, pero sin la recompensa de la vida, de poder mirar a los ojos de mi hija, de escuchar su llanto. Nació a la 13:30 del día 16 de octubre de 2018. Aroa me ofreció que si quería que le tomase huellas de manos y pies y que si quería estar un rato con ella para despedirme, para despedirnos. Le dije que sí, porque sabía que era la única oportunidad que tendría de hacerle fotos, de acunarla, besarla, cantarle una nana y decirle adiós PARA SIEMPRE. También de generar recuerdos con ella que me acompañaran toda la vida. Recuerdo como lloraban todas y como estaban en silencio. Yo les decía, gracias por ser mis angeles en la tierra.
Mi marido me hizo fotos, poco después de ponérmela encima y también cuando se la llevaron para medirla.
Al quitarme la anestesia mis piernas empezaron a responder pero yo no las controlaba. Casí le pegué una patada a una de ellas, sin querer. Me dio risa y pedí perdón.
Me pasaron otra vez a una cama. Me devolvieron a Inés con un pañal, un gorrito rosa y envuelta en una empapadera. Dije que había traído ropa para vestirla pero me dijeron que para qué iba a hacerlo. Me arrepiento de eso. De no haberla lavado y vestido.
Un celador nos llevó otra vez a la sala de dilatación 1. Recuerdo su cara y sus lágrimas. Me esperaban mis padres.
No os niego que mientras dilataba y paría mi mente no paraba de decir “seguro que ocurre un milagro y cuando salga, te la pongan encima y escuche tu corazón, se despertará”. Se lo decía a mi marido en la sala de dilatación y él me decía: “Gordi, eso no va a pasar”. El también me dijo, es impactante que nuestra hija muera un día y nazca al siguiente. Así es. Dar a luz a tu hija muerta es una paradoja de la vida pero es una realidad que existe y ocurre y debemos estar preparadas para ello.
Hice como la orca. Tuve a Inés conmigo hasta que ya no pude más porque su cuerpo empezó a mostrar signos muy evidentes de la falta de vida. Su aspecto había cambiado y un hilito de sangre salía por su nariz. Estaba fría y la piel empezaba a despegarse del resto del cuerpo.Se despidió de ella, mi marido y mis padres. Luego les pedí que me dejaran a solas. Le canté una canción que suelo cantar a mi hijo para ir a dormir y cumpleaños feliz. Lloraba mientras lo hacía. A las 15:15 del día 16 de octubre llamé a la matrona y se la llevaron. PARA SIEMPRE.
Cuando me preguntan como psicóloga cómo superar la muerte de un hijo/a siempre digo que los hijos/as no se superan, se viven, estén donde estén. El reto de este duelo es maternar en el corazón. Entender que la muerte no acaba con la relación ni el título que ostentamos. Entender que el duelo es un proceso donde la persona es activa, es decir, el duelo es algo que hacemos, no que nos pasa. En el que hay diferentes tareas como proponen los modelos actuales y no fases, que deben ser abordadas:
- Aceptar la realidad de lo ocurrido: entender que lo que ha pasado me a ocurrido a mi. Por eso es tan importante en esos primeros momentos que la mamá y la pareja tengan contacto con el bebé fallecido, porque eso les va a ayudar en esta primera tarea, por muy duro que suene.
- Conectar y prestarse a sentir todas las emociones que acontecen: vacío, rabia, ira, envidia, miedo, desesperanza, tristeza, culpa, alivio, calma…Poder elaborarlas junto con el dolor tan inmenso que la muerte de un hijo/a deja.
- Reconstruirte como esa nueva tú que nace después de que tu hijo/a haya muerto durante el embarazo o poco después y reconstruir una vida que no habías imaginado con ese hijo/a presente de otra manera. Adaptarte a esa nueva vida.
- Aprender a “maternar en el corazón”: construir la relación desde el recuerdo del amor y tiempo compartidos. Hacer de la ausencia, presencia desde el recuerdo.
Es un duelo muy duro y que por la casuística y peculiaridad tiende a complicarse, por ello es muy importante recibir apoyo. Siendo consciente de ello, poco después de que me ocurriera fundé una Asociación junto con dos matronas de apoyo al duelo perinatal llamada Asociación Matrioskas, de la que ahora soy psicóloga voluntaria acompañando grupos de ayuda mutua. Realizamos nuestra labor en Andalucía.
Por otro lado también me especialicé en psicología perinatal y duelo perinatal y atiendo en mi consulta privada a familias que les ha ocurrido y doy formación en duelo a sanitarios en hospitales.
Recomiendo a todas las familias que hayan pasado por ello informarse de los recursos disponibles en este sentido y recibir ayuda. No es algo banal, aunque la sociedad lo silencie. Tenéis derecho a vuestro dolor. Solo vosotros sabéis cuanto os duele. Porque el dolor del duelo no es proporcional al número de semanas, días o años, sino a la cantidad de amor que sentís. Y el amor de una madre o un padre por su hijo o hija es incalculable.