✨BE WATER, MY FRIEND✨

Dentro de dos meses cumpliré 43 años. Y alucino cuando me detengo a pensar que hace 20 años mi vida cambió para siempre. Fue un día mientras me lavaba el pelo arrodillado en la bañera. Tenía una melena que me llegaba hasta la cintura (¡quién la pillara ahora!). Al levantar la cabeza para secarme el pelo sentí una corriente eléctrica en la nuca. Algo a lo que no di importancia. Porque lo importante era tener mi melena peinada a tiempo antes de salir de fiesta con mis amigos y amigas, claro. Lo que no sabía por entonces es que ese era el primero de muchos síntomas que me harían comenzar un viaje a nivel psicológico que muchas personas nunca imaginarían realizar. Las mismas personas que nunca van a tener una enfermedad rara en su vida.

Desde aquel día, nada ha vuelto a ser igual. De forma lenta, pero sin descanso, mi cuerpo y mente comenzaron a decirme que algo no iba bien. Aparecieron unos dolores de cabeza que nunca antes había tenido. Y con ellos, las visitas a urgencias. Visitas que siempre terminaban con un “no tienes nada. Es ansiedad. Tómate la vida con más filosofía”. Así que me tomé la vida con filosofía y con antidepresivos y con ansiolíticos. Exactamente fueron 6 años de medicación para que mi mente no se pusiese a gritar cuando los mareos, dolores de cabeza, fallos de memoria y demás aparecían como consecuencia de una enfermedad que había estado dormida hasta aquel día en el que lavaba mi espléndida y desaparecida melena. Una enfermedad que nadie veía porque “lo que te pasa son nervios, chaval”.

6 años son muchos años, ¿verdad? 6 años donde llegué a pensar que estaba loco. Porque cuando tú dices que algo es blanco, pero el personal sanitario te dice que no tiene color
porque eso de lo que hablas no existe… te vuelves loco. Y en todo ese tiempo vives momentos en los que eres incapaz de comer. Y adelgazas. Adelgazas mucho. Y vomitas. Porque tu cuerpo ya no sabe cómo decirte que te ocurre algo. Y los especialistas te dicen que estás bien. “Simplemente tienes ansiedad. Cálmate”. Haces yoga, meditas, intentas no agobiarte en el futuro… Y aprendes a no pensar en esos mareos y dolores. Vaya, que casi casi te dan el carné de monje shaolin porque eres capaz de focalizar tus pensamientos hacia otros lugares. Pero no te engañes. Porque si tienes una enfermedad rara, es probable que empeores. Y si nadie te hace caso tendrás que ser tú quien la encuentre, como si fueses el mismísimo House. Y eso hice. Pasé meses buscando información hasta dar con un nombre que no sabía cómo se pronunciaba. Y tras pedir que me hiciesen la prueba llegó el diagnóstico. Y con él… el miedo.

‘Crónico’, ‘degenerativa’, ‘sin cura’… Conceptos que acojonan mucho. Tanto tanto que sales llorando de la consulta de tu neurocirujana. Te dice que, si quieres, podrías operarte para que los síntomas te jodiesen algo menos. Pero la operación es complicada y podrías salir peor del quirófano. O no salir. Y tú piensas que con 30 años deberías estar pensando en si tu pareja te pone los cuernos o no, o en si deberías cambiar de trabajo, o en viajar… pero no en si quieres abrirte la cabeza como un melón con el riesgo de que un milímetro de mala precisión te deje moñeco de por vida. Y, entonces, metes la sexta en ese viaje psicológico del que hablaba antes. Porque tu escala de valores se modifica, por narices.

Una enfermedad rara no te convierte en mejor persona. Pero sí hace que te plantees muchas cosas. Con el tiempo he aprendido mucho sobre resiliencia. Pero cuando la enfermedad se acentúa en ocasiones, soy humano y aparece el miedo y el “¿por qué tengo que tener una enfermedad rara yo?”. Hace un par de años tuve tal recaída que temí no adaptarme al nivel de jodienda de los síntomas. Y ahí, una psicóloga de FEDER (Federación Española de Enfermedades Raras) me dijo algo muy valioso. Muy mucho. Algo que creo que puede ayudar a cualquier persona con una enfermedad rara o sin ella. Más o menos me dijo esto:

“Si al Juanpe (yo, hola qué tal) de hace 25 años, antes de que la enfermedad despertase, le llegan a decir que se tendría que adaptar a estar mareado, a sentir tanto dolor de cabeza, a esos hormigueos en los brazos… ¿qué habría respondido?”. Evidentemente, ese Juanpe habría dicho algo como “si me pasa eso me muero. Ni de coña voy a vivir así”. A lo que la psicóloga respondió: “Pero lo hizo. Ese Juanpe se adaptó a esa nueva vida. Y no solo eso, es que se hizo más fuerte. Entonces piensa… el Juanpe de hoy también se podrá adaptar si esos nuevos síntomas se quedan para siempre”. Jolín, es cierto. La capacidad de adaptación del ser humano es monumental. Porque a día de hoy soy capaz de vivir con una rastra de síntomas que tú, que estás leyendo esto, sentirías como una tortura si despertases mañana con ellos. Pero… te aseguro que… te adaptarías.

La mente es muy fuerte. Tanto para mal como para bien. Así que te recomiendo que aprendas a potenciarla para bien porque podrás salir de esos baches impredecibles que nos regala la vida; ya sea una enfermedad rara o una ruptura o la pérdida de un ser querido o una depresión o lo que sea. La mente se puede adiestrar y tenemos la capacidad para conseguirlo. Solo necesitamos las herramientas adecuadas. Y si nos acompaña alguien para guiarnos en el camino, mejor.

Podemos adaptarnos como la forma del agua al pasar de un vaso a una botella. Y no hace falta tener una enfermedad rara, como yo, para darnos cuenta. Así que… ¡cuida y entiende tu mente! Ya de lo que supone tener una enfermedad rara que nadie nota que tienes… hablo otro día si eso 🙂

Gracias por leerme.

Juanpe Gálvez

✨¿Estará pensando en mí? ✨

Cierra los ojos.

Piensa fuerte en la luna.

Escribe tres veces su nombre y da tres vueltas alrededor de algo que tengas de esa persona.

Y pensará en ti…

Puede parecer una tontería, pero no os podéis imaginar la cantidad de visitas, visualizaciones, likes, que tienen posts que te dan este tipo de respuestas.

Necesitamos saber, y eso nos hace que nos aferremos a cualquier cosa.

Porque querer saber es humano, pero vengo a decir (escribir) algo que no es muy popular porque no nos manejamos bien en la incertidumbre: es imposible conocer lo que la otra persona piensa o siente en un momento determinado. 

Y si alguien te da respuestas certeras sobre este tema ¡huye!

Porque hoy por hoy sólo podemos saber qué piensan el resto preguntando.

E incluso así, sólo nos queda confiar en que nos está diciendo la verdad.

Lo único sobre lo que tenemos control es sobre la película que yo me monto al respecto. Es decir ¿Por qué quiero saber si está o no está pensando en mí?

¿En qué influye?

¿Mi autoestima se siente en peligro si esto no ocurre cuando y como quiero?

Aceptar que no podemos controlarlo todo da mucho miedo, pero querer saber cuando no hay formas de hacerlo lo único que nos puede llevar es a entrar en mundos pseudocientíficos, que te dan respuestas, pero no verdades.

La certeza absoluta es imposible. Por eso lo único que puedo hacer es trabajar en cómo manejarnos en la incertidumbre.

¿Por qué no preguntas?

¿Tienes miedo de lo que te pueda decir? ¿Qué estamos evitando respecto a una confrontación directa?

Cuando no preguntamos de forma directa muchas veces es porque tenemos miedo a lo que tienen que decirnos. Miedo al rechazo. Y es que la Dramaqueen nos hace creer que no vamos a poder soportar un no.

Lo cierto es que en muchas ocasiones tenemos más herramientas de las que pensamos y a la larga no preguntar nos genera más ansiedad y malestar que hacerlo.

Sea cual sea la respuesta.

✨¿Es posible liberarse de la culpa?✨

Ya sabemos que no hay emociones “buenas” o “malas” ya que todas nos ofrecen información que a veces no queremos ver.

Aún así, hay emociones que no nos gustaría vivir con esa intensidad, por eso lo mejor es hablar de “emociones incómodas” y cómo disminuir ese malestar que nos provoca.

La culpa es una emoción incómoda pero útil que aparece cuando lo que hacemos (o no hacemos) no concuerda con lo que creemos que deberíamos hacer.

Es decir, es una cuestión de expectativas. Es el juicio moral que hacemos a nuestras acciones.

La culpa no es negativa, como hemos dicho, es un mecanismo importante para que las personas sepamos que hemos actuado de forma incorrecta para la sociedad. Solo quien está enfermo no siente culpa.

Otra cosa es la culpa desproporcionada o desadaptativa, esa que nos provoca malestar por no fregar los platos o por haber dicho una palabra desafortunada hace 17 años.

A este tipo de culpa es preferible bajarle el volumen o puede convertirse en un martillo pilón que no nos deje en paz.

¿Cómo puedo disminuir el hecho de sentir culpa desproporcionada?

  • Planteándome los valores morales que tengo. ¿Cuáles son mis valores? ¿Éstos son míos o han sido heredados? A veces sentimos culpa por actos que, bien pensados, no son tan graves y responden a un juicio que ni siquiera es tuyo.

  • Flexibilizar mis juicios. El  ser humano no es todo o nada. Una acción no nos define e intentar ser coherente todo el tiempo durante cualquier situación es absolutamente agotador.

  • Perdónate. ¿Perdonarías a alguien que te ha hecho aquello por lo que tú te atormentas? Piensa que siempre intentamos hacer lo mejor que sabemos con la información que tenemos en ese momento. La culpa es una emoción que aparece posteriormente pero ¿tú sabías cuando ocurrió todo lo que sabes ahora?

  • Aceptalo y afróntalo. ¿Resuelve algo volver una y otra vez al pasado para recordar aquello? Lo que se hizo, se dijo o no se hizo, ya ocurrió. No podemos evitarlo. Lo que queda es aceptar la situación y afrontar las consecuencias. Evitándolo solo conseguimos que vuelva a nuestra mente una y otra vez. Es el elefante rosa en la habitación.

Cuando hablamos de liberarnos de la culpa no quiere decir que apoyemos eludir la responsabilidad. La responsabilidad nos mueve a la acción, la culpa nos paraliza.

Puedes verlo en vídeo aquí

✨¿Luchar por mi pareja o separarme? ✨

Hablaba hace poco con una amiga sobre su situación de pareja.

-¿Te merece la pena seguir con él?- Le pregunté

-Me da coraje que me hagan esa pregunta, mis padres nunca tuvieron que planteárselo.

Y quizá es verdad. ¿Pero eso es algo positivo?

Es decir, quizá antes no tenían que preguntarse si les merecía continuar en la relación porque no había otra, no había otro remedio: las cosas sólo se terminaban cuando se llegaban a límites de infelicidad total. Ahora las cosas son diferentes y las personas buscamos la realización más allá (gracias a la vida). Buscamos ser felices, sea la felicidad en soltería o en una relación.

Pero ¿cómo saber si mi relación ha terminado?

El proceso para acabar con una relación no es fácil, sobre todo si no existe un motivo contundente (a veces, incluso con el motivo, también lo es). Podemos querer mucho a la otra persona, pero ser conscientes que no somos todo lo felices que podríamos.

Una pareja puede no funcionar por muchas cosas… Puede deberse a un enfriamiento, al desgaste de lo cotidiano, al cambio vital de alguna de las partes o ambas… Por eso, cuando nos encontramos ante esta tesitura hay que pensar con la cabeza fría para ser consecuentes con la decisión que tomemos.

Las preguntas que propongo a continuación son un ejercicio que puede orientarnos para saber qué es lo que nos está ocurriendo.

Es importante hacerlo en un lugar tranquilo, íntimo, si puede ser por escrito y, lo más importante, con toda honestidad.

  • 1. ¿Es costumbre?

¿Sigo con esa persona porque llevamos mucho tiempo? A veces nos da la sensación que si hemos invertido mucho tiempo en una relación, acabar con la misma equivaldría a perderlo.

  • 2. ¿Tenemos cosas en común? ¿Compartimos espacios y/o intereses?

No significa que todo lo que se haga tenga que ser compartido, es más, los espacios propios son muy importantes. Es una cuestión respecto a aquellos valores en los que coincidís.

  • 3. ¿Me acompaña en el plan de vida que tengo aunque éste haya cambiado?

¿Cuál es tu plan de vida? ¿Qué objetivos y metas tienes planteados? ¿Mi pareja los conoce y los comparte? ¿Los respeta?

  • 4. ¿Me estoy esforzando demasiado?

Debido a todas las implicaciones que terminar una relación tiene, a los miedos y a las consecuencias externas, nos esforzamos por mantener algo que sabemos roto. ¿Sientes que es tu caso? ¿Pones mucho de tu lado considerando que la otra parte no hace tanto? ¿Sacrificas tu tiempo y energía por el bienestar de la relación?

  • 5. ¿Pasamos más tiempo discutiendo que sin discutir?

La comunicación es clave y no debe evitarse por el hecho de iniciar una discusión. Tener esto claro es importante. El problema viene cuando las interacciones son (casi) exclusivamente peleas. ¿Es la forma o el contenido de lo que habláis el punto de conflicto?

  • 6. ¿Hay alguna situación o comportamiento que creas que es insalvable?

No todo se puede superar. Cuando los comportamientos de otras personas atentan contra nuestros valores y estos comportamientos no quieren o pueden ser cambiados es el momento de plantearse si hay alguna solución.

  • 7. ¿Eres feliz?

¿Te hace feliz? ¿Te gusta la vida que llevas? ¿Tu vida se enriquece a su lado?

Estas preguntas pueden servirnos para ir más allá y plantearnos de forma consciente qué es lo que queremos (y qué no) en nuestra vida.

Terapia de pareja

Ir a terapia de pareja es una forma de afrontar la situación muy válida. En terapia se puede poner de manifiesto qué es lo que cada parte considera que no funciona y, sobre todo, buscar alternativas a los comportamientos que no ayudan. Es un espacio seguro, con una persona objetiva que nos debe facilitar la comunicación. Un lugar en el que expresarnos y sincerarnos.

Eso sí, la terapia puede servir para seguir, pero también para separarse. 

Es algo que tenemos que tener claro.

No siempre una relación tiene “solución” bien porque las personas han tomado caminos diferentes, bien porque se ha desgastado todo de tal manera que no hay reparación posible.

Y no estamos hablando de amor.