Cuando tienes un corte en la piel, ¿qué haces? Lo limpias, lo desinfectas, le pones una tirita. Lo cuidas hasta que cicatrice. No le exiges a la herida que desaparezca por arte de magia ni te culpas por tenerla.
Sin embargo, con las heridas del alma y el dolor emocional, muchas veces hacemos justo lo contrario: lo ignoramos, lo minimizamos o lo escondemos bajo frases como “no es para tanto” o “ya debería estar bien”.
Pero, como bien explica el psicólogo y padre de la psicología del desarrollo Erikson ignorar las heridas emocionales no hace que desaparezcan. Al contrario, se enquistan, se infectan y aparecen disfrazadas de ansiedad, de bloqueos emocionales, de relaciones que nos rompen un poco más.
Porque sí, las heridas emocionales también sangran, aunque no las veas. Así que te animo a que cuides tus heridas del alma como cuidarías cualquier corte.
¿Qué son las heridas del alma?
Las heridas del alma son esas experiencias que nos marcan por dentro. Son las cicatrices invisibles de un trauma infantil, una pérdida no elaborada, una relación dañina, una traición, o incluso la distancia emocional con alguien que debió estar ahí y no estuvo.
Estas heridas no se curan por sí solas. Se sienten en el cuerpo, en el pecho apretado, en el estómago que se anuda, en las lágrimas que se aguantan por miedo a “molestar”. Y se manifiestan en tus pensamientos: “¿Por qué me siento así si todo está bien?”, “¿Por qué me cuesta tanto confiar?”, “¿Por qué no puedo dejar esto atrás?”.
Estas heridas necesitan un proceso consciente de curación.
Por qué es importante sanar tus heridas emocionales
No sanar tus heridas emocionales tiene un coste. Ignorar el dolor no lo elimina, lo perpetúa. Se queda en el cuerpo, en la mente, y tarde o temprano se expresa, ¿como?
- En explosiones emocionales desproporcionadas ante cosas pequeñas.
- En relaciones donde te auto saboteas sin entender por qué.
- En esa ansiedad constante que parece no tener origen.
- En bloqueos que te impiden avanzar en áreas importantes de tu vida.
Sanar no es un capricho ni una debilidad. Es un acto de respeto hacia ti mismo/a. Es mirarte y decirte: “Lo que siento importa, y yo merezco estar bien”.
Cómo empezar a sanar tus heridas del alma
Vale, muy bien. Pero ¿cómo se hace eso? Aquí te dejo unos pasos prácticos que pueden servirte de guía:
- Reconoce tu herida
No se trata de dramatizar, se trata de mirar lo que duele sin juzgarte. ¿Qué es lo que te está doliendo realmente? A veces es más profundo de lo que parece a simple vista. No es la pelea reciente, es el miedo a ser abandonado. No es el fracaso puntual, es esa voz interna que te repite que “no eres suficiente”. - Dale nombre a lo que sientes
¿Es tristeza, rabia, culpa, miedo? Ponle palabras. Lo que se nombra, se empieza a entender. Escribir en un diario puede ser útil:
“Hoy me siento frustrado porque…”
“Me duele cuando…”
“Siento miedo de que…”
- Date permiso para sentir
No corras. Siente lo que necesitas sentir. Llorar no es debilidad; es una forma de liberar. La rabia no es mala; lo que importa es cómo la gestionas. Si te duele, no es por capricho, es porque hay algo que necesita ser atendido. - Cuida tu diálogo interno
Pregúntate:
¿Me hablaría así a alguien a quien quiero?
¿Estoy minimizando mi dolor?
¿Qué necesito realmente en este momento?
Aprende a tratarte con la misma compasión que ofrecerías a un ser querido que está herido.
- Busca apoyo profesional si lo necesitas
Hay heridas que son demasiado profundas para sanarlas solo/a. La psicoterapia para el trauma y el dolor emocional te ofrece un espacio seguro donde explorar lo que duele y encontrar formas de sanarlo.
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"Sanar es un proceso, no una línea recta"
Al igual que una herida física no se cierra de un día para otro, sanar las heridas del alma lleva tiempo. Habrá días en los que te sientas mejor y otros en los que parezca que has retrocedido. Es normal. No te rindas. Sanar no significa olvidar lo que pasó, sino aprender a vivir con ello sin que te controle.
Porque tú mereces estar bien. Porque tus heridas emocionales merecen ser cuidadas. Y porque, aunque ahora duela, se puede sanar.
Y si no sabes por dónde empezar, aquí estoy para acompañarte.