No todos los que ven contenidos sexuales acaban enganchados, pero muchos que hoy están en terapia empezaron con 9, 10, 12 años. Y no fue con intención de adicción, ni buscando perversiones. Fue curiosidad. Fue un anuncio. Fue un amigo que les pasó una web. Y fue quedarse atrapados sin saberlo. Porque no había herramientas, ni lenguaje, ni nadie que explicara qué estaba pasando en su cuerpo y en su mente.
La mayoría de las personas que llegan a consulta diciendo “no puedo dejar de ver p0rn0” llevan años en esto. Años. A veces más de una década. Muchos no pueden excitarse sin un vídeo. O no pueden mantener relaciones porque se disocian, se ven desde fuera, como si su cuerpo fuera un actor. No hay placer, hay presión. No hay deseo, hay obligación. No hay vínculo, hay rendimiento.
Y no, no es por “ver p0rn0”. Es por cómo y por qué lo están usando.
No es lo que haces, es lo que esa conducta intenta resolver.
Desde la psicología contextual y la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), no hablamos de conducta buena o mala. Hablamos de función. ¿Qué función cumple ver porno en tu vida? ¿Qué alivia? ¿Qué tapa? ¿Qué intenta controlar?
Porque eso es lo que sostiene una adicción. No el placer. El alivio.
Ver porno puede empezar por deseo, pero muchas veces se convierte en estrategia de regulación emocional. Es decir: lo haces porque necesitas no sentir otra cosa. Ansiedad. Soledad. Aburrimiento. Vacío. Vergüenza. O una mezcla de todo.
Y tiene sentido. El cerebro adolescente está cableado para buscar recompensa inmediata. La dopamina se dispara con la novedad, la excitación, la fantasía. El porno da todo eso en segundos. Sin esfuerzo. Sin peligro. Sin necesidad de exponer tu cuerpo, tu vulnerabilidad o tu inseguridad.
Pero el cuerpo también aprende. Y cuando llevas años estimulando tu deseo a base de vídeos, escenas, guiones, tu cuerpo se adapta. Pierde sensibilidad. Pierde espontaneidad. Y empieza a necesitar estímulos más extremos, más rápidos, más surrealistas. Porque lo “normal” ya no basta.
Y entonces llega el momento en el que ver porno ya no excita. Pero no puedes dejar de verlo.
Porque ya no es placer. Es anestesia.
No es deseo. Es evasión.
Y ahí es donde empieza el sufrimiento. Porque una parte de ti sabe que no quieres seguir así. Pero otra parte, tu dramaqueen mental, esa vocecita que narra todo el día tu vida, te dice que “un último vídeo”, que “es lo único que tienes para relajarte”, que “tampoco estás matando a nadie”.
Y esa parte no es tu enemiga. Es tu intento de sobrevivir con lo que tienes.
Pero también puedes aprender otra forma.
En el curso Calla tu mente trabajamos justo esto: cómo desactivar el piloto automático de la mente, cómo dejar de actuar desde el impulso y empezar a elegir desde el valor. No para reprimir lo que sientes. No para demonizar tu cuerpo. Sino para reconectar con lo que de verdad te importa.
Si te sientes identificado con lo que estás leyendo, puedes empezar hoy mismo. Aquí van tres pasos concretos que puedes probar:
- Registra qué te activa el impulso. Qué pasa justo antes de ver porno. Qué sientes. Qué piensas. Dónde estás. ¿Es siempre por deseo? ¿O a veces es por aburrimiento? ¿O por soledad?
- Nombra la historia que tu mente te cuenta. “Necesito esto para relajarme”. “Solo un rato”. “Es mi única vía de escape”. Escríbela. Léela como si fuera una película. No eres tu pensamiento.
- Explora una alternativa. ¿Qué pasaría si en lugar de ver porno, haces una pausa de 10 minutos? ¿Respiras? ¿Escuchas música? ¿Sales a caminar? ¿Haces algo con tu cuerpo que no sea excitarlo sino habitarlo?
No se trata de prohibirte nada. Se trata de darte opciones.
Y si esto ya te está haciendo daño, si ya no puedes parar aunque lo intentes, no tienes por qué hacerlo solo. En el equipo de psicología trabajamos con este tipo de situaciones desde el respeto, el contexto y la ciencia. Puedes reservar una sesión de acogida gratuita y contar lo que te pasa sin que nadie te mire raro.
Porque no estás roto/a.
Solo estás sobreviviendo con lo que aprendiste.
Y también puedes aprender otra cosa.