A lo largo de la vida, hemos sentido culpa y arrepentimiento. Ambas emociones son inevitables y, en cierto punto, necesarias. El problema no es sentirlas, el problema es no saber distinguirlas, lo que nos lleva a cargar con pesos emocionales que no son nuestros y nos hacen sufrir gratuitamente.
¿Te has sentido alguna vez culpable por algo que, si lo piensas bien, no era tu responsabilidad? ¿O te has arrepentido de una decisión, aunque en ese momento hiciste lo mejor que podías con lo que sabías?
Hoy vamos a hablar de cómo diferenciar entre culpa racional, culpa irracional y arrepentimiento, y por qué ponerle nombre a lo que sientes puede ser el primer paso para vivir con más tranquilidad emocional.
Diferencias entre culpa racional, culpa irracional y arrepentimiento (sin dramas)
Aunque muchas veces los usamos como si fueran lo mismo, culpa y arrepentimiento no son sinónimos. Y ojo, diferenciarlos no es solo un ejercicio intelectual: te ayuda a dejar de machacarte innecesariamente.
Culpa racional: Es la que aparece cuando realmente has hecho algo dañino, ya sea a otra persona o a ti mismo. Como cuando insultas a alguien en un momento de ira o rompes una promesa importante. Este tipo de culpa es útil porque te impulsa a reparar el daño y a hacerlo mejor en el futuro.
Culpa irracional: Aquí empieza el drama. Es esa sensación de culpa que aparece sin que hayas hecho nada malo. Ejemplo: culparte por la muerte de un ser querido, como si pudieras haber controlado algo que está completamente fuera de tu alcance. Esta culpa no solo no sirve de nada, sino que te hunde en un bucle de sufrimiento y autoacusación.
Arrepentimiento: Esto no es culpa, pero puede confundirse fácilmente con ella. El arrepentimiento surge cuando, mirando hacia atrás, piensas que podrías haber hecho algo diferente. Pero ojo, el arrepentimiento no implica haber actuado mal, sino simplemente que ahora tienes más información. Y si te arrepientes, probablemente era lo mejor que podías hacer en ese momento con las herramientas que tenías.
Ponerle nombre a la emoción: el secreto para calmar el cerebro
Ponerle nombre a tus emociones no es solo algo bonito de decir en terapia; es una herramienta práctica que tiene base científica.
Cuando etiquetas lo que sientes, activas la parte más racional de tu cerebro (la corteza prefrontal) y bajas la intensidad de esa montaña rusa emocional que controla la amígdala. Es decir, te calmas.
¿Alguna vez has sentido que al expresar cómo te sientes, tu angustia disminuye? Esto no es casualidad.
La neurociencia ha demostrado que ponerle nombre a nuestras emociones activa la corteza prefrontal y reduce la actividad de la amígdala, la región del cerebro encargada de procesar el miedo y las respuestas emocionales intensas. Este fenómeno se conoce como "labeling" o etiquetado emocional, y fue ampliamente estudiado por el psicólogo Matthew Lieberman.
Cuando no identificamos ni expresamos lo que sentimos, nuestra amígdala se mantiene hiperactiva, generando más ansiedad y malestar. En cambio, al verbalizar nuestras emociones, el cerebro las procesa de manera más racional, ayudándonos a calmarnos y a actuar con mayor claridad.
Este mecanismo explica por qué la educación emocional es tan importante desde la infancia: nos permite desarrollar la capacidad de gestionar lo que sentimos en lugar de dejarnos arrastrar por ello.
Por eso, darles un nombre a tus emociones es el primer paso para empezar a gestionarlas. Dejarlo todo en el cajón del "me siento mal y no sé por qué" solo te deja atrapado en una espiral de ansiedad y malestar.
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El proceso de maduración emocional: un aprendizaje constante
Nadie nace siendo un experto en gestionar emociones. La inteligencia emocional no es un talento innato, sino una habilidad que se desarrolla con el tiempo, como aprender a caminar o a hablar.
En la infancia, las emociones son como un huracán: intensas, descontroladas y sin filtro. Un niño puede desbordarse en llanto porque no le compraron un juguete, ya que aún no tiene la capacidad de manejar su frustración. Con el tiempo, y sobre todo gracias a los adultos que lo rodean, comienza a identificar sus emociones, darles un nombre y poco a poco aprende a regularlas.
El proceso de maduración emocional no se da porque sí. De niños, las emociones nos dominan. En la adolescencia, somos conscientes de ellas, pero todavía nos cuesta manejarlas. Y en la adultez (o al menos en teoría), aprendemos a regularlas.
Miramos este proceso en detalle, es un proceso que pasa por diferentes etapas:
- Etapa impulsiva (infancia temprana): Aquí las emociones lo gobiernan todo. Las rabietas, los llantos y las risas descontroladas son parte del día a día porque no hay ningún mecanismo de regulación.
- Etapa egocéntrica (infancia media): El niño empieza a identificar lo que siente, pero aún le cuesta comprender las emociones de los demás.
- Etapa reflexiva (adolescencia): En esta etapa se desarrolla una mayor conciencia emocional, pero las emociones siguen siendo intensas, y manejarlas puede ser un desafío constante.
- Etapa madura (adultez): Aquí, en teoría, aprendemos a identificar, expresar y regular las emociones de manera equilibrada.
El problema es que no todas las personas alcanzan esa madurez emocional. Muchas llegan a la adultez con importantes vacíos porque crecieron en ambientes donde sus emociones no fueron validadas o porque atravesaron experiencias que bloquearon este desarrollo. Pero no te preocupes, porque la maduración emocional puede trabajarse en cualquier etapa de la vida.
¿Cómo puede ayudarte la terapia?
Si sientes que la culpa irracional o el arrepentimiento te están comiendo vivo/a, la terapia es tu aliada. En terapia no solo lloras y cuentas tus problemas (aunque también sirve para eso), sino que trabajas con herramientas para:
- Diferenciar entre culpa racional e irracional.
- Ponerle nombre a tus emociones para calmarlas.
- Explorar el origen de tus creencias emocionales y cambiar las que ya no te sirven.
- Aprender a gestionar tus emociones de forma saludable.
Es un proceso que no siempre es fácil, pero sí efectivo.
¿Conclusión? Deja de arrastrar culpas que no son tuyas
Aprender a distinguir entre culpa racional, culpa irracional y arrepentimiento te permite respirar mejor, física y emocionalmente. No se trata de ignorar lo que sientes, sino de gestionarlo con inteligencia y compasión hacia ti mismo/a.
Ponerle nombre a tus emociones, además, te ayuda a actuar en coherencia con tus valores y a sentirte bien con las decisiones que tomas. Porque cuando entendemos nuestras emociones, dejamos de ser sus esclavos.
💬 ¿Y tú? ¿Te has sentido culpable por cosas que no estaban bajo tu control? ¿Cómo gestionas el arrepentimiento? Te leo en comentarios.
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