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✨La memoria del cuerpo ✨ 

Que el cuerpo y la mente se relacionan es algo que todo el mundo tenemos más o menos claro.

Lo que no sabemos es hasta qué punto ocurre esto.

Y es que no sólo esta relación se produce de “arriba- abajo”: pienso en algo que me da miedo y las pulsaciones me suben.

También ocurren de “abajo-arriba”.

De repente se me eriza la piel y busco una explicación: me ha dado frío, esa persona no me gusta, tengo miedo.

En este post queremos indagar precisamente en esta última relación porque al entender las señales de nuestro cuerpo, reconocemos qué nos está pasando y podemos ayudar a nuestro cerebro a interpretar mejor las señales internas: la memoria del cuerpo.

La amígdala: la jefa de las emociones

La amígdala es una estructura cerebral compleja, implicada en muchas funciones.

No vamos a entrar en todo lo que hace, porque lo único que haríamos es liarnos más. Lo único que tenemos que saber es que regula las respuestas de las emociones.

Es decir, es el sitio desde donde se mandan las órdenes cuando aparece un estímulo (ya sabemos que éste puede ser externo o interno) para responder ante el mismo.

Que hay un lobo, la amígdala manda al resto del cerebro la señal de alerta, al corazón que lata más deprisa, a los músculos que se preparen para salir a correr y etcétera, etcétera.

(Esto está explicado de forma muy general ya que intervienen otros núcleos y mediadores en algunas de estas funciones, pero para que nos entendamos☺️ )

Al regular la respuesta emocional, es la responsable de que nuestro cuerpo haga unas cosas y no otras ante un evento, intentando, siempre, mantenernos con vida.

Y ese es el punto que tenemos que tener claro: lo que busca nuestra amígdala, nuestro cerebro en general es que sobrevivamos, aunque a veces no entendamos muy bien los caminos que toma.

¿Y cuál es la relación de la amígdala con la memoria del cuerpo?

Bien.

Ante un estado de estrés, sin que sea necesario que éste sea excesivamente intenso, la amígdala va a inhibir que la información llegue al hipocampo (área cerebral en la que se almacena la información) pero sí que va a registrar las sensaciones corporales que provoca.

¿Esto qué quiere decir?

Imaginemos que vamos conduciendo y en una rotonda un camión se nos mete por la izquierda, queriendo coger la salida mientras que tú vas por el carril de la derecha.

Esto te hace dar un volantazo e incluso salir de la rotonda para que no choque contigo.

La tensión que este evento te provoca es obvia: sudoración, palpitaciones, temblores… Los olores, las imágenes, todo queda registrado de forma no consciente. Pero puede que ni siquiera recuerdes cómo era el camión.

Otro día, en otro lugar, una sensación parecida puede dispararte el recuerdo no consciente, generando malestar en tu cuerpo, pero sin saber muy bien por qué.

Te da una taquicardia, por la calle… En seguida tu mente reacciona ¿qué es lo que me pasa? ¿Será que me está dando un ataque? ¿Esta persona me pone nerviosa? Y buscamos explicaciones a nuestro estado interno.

Es normal. Somos seres pensantes.

Esa taquicardia y la interpretación que hacemos de la misma desarrolla respuestas como: no me cae bien con quien estoy hablando o me asusto y voy al médico.

Y quizá es que has escuchado el claxon de un camión, parecido al que sonó el día de la rotonda.

Esta es la memoria del cuerpo.

Pero… ¿Si no es consciente cómo puedo gestionarlo?

En primer lugar sabiendo que esto ocurre.

No es necesario que el estímulo esté presente para que nuestro cuerpo-mente reaccione.

En segundo, aprendiendo a escuchar las señales que manda nuestro cuerpo.

Cuanto más nos conocemos, mejor sabemos distinguir qué es lo que nos pasa y cuándo nos pasa.

Y, en tercer lugar (aunque para ésto hay que haber entrenado mucho), “dejando ir” la sensación corporal, es decir, no buscándole explicación. La captamos, la observamos, la aceptamos y… ¡dejamos que se vaya por donde ha venido!

Intentar explicar lo que nos ocurre nos puede hacer crear relaciones causa-efecto sin que lo sean realmente. (Me siento incómoda- es que tal persona no me gusta) Las emociones no son tan espontáneas como creemos ya que hay dos factores que la determinan: la activación y la etiqueta que ponemos al conjunto de respuestas.

Esto segundo lo definimos según el contexto en el que estemos. Y a veces, nuestro sistema de etiquetado falla, algo que Schachter llamó "atribución errónea de la excitación".

Hay un experimento muy interesante que creo que ejemplifica todo esto de forma muy visual.

Se llama el puente del amor.    

1974, Donald Dutton y Arthur Aron diseñan el siguiente experimento:

En un parque en Vancouver empiezan a entrevistar a sujetos. A todos se les entrevistan en puentes, la diferencia es que a la mitad en un puente colgante a varios metros de altura y a los demás en un puente bajo y sólido.

La entrevistadora, que era una mujer (dando por hecho que todos eran heterosexuales, pero en fin, eran los 70) pidió a los participantes que miraran una foto y que imaginaran la historia que ésta escondía.

Al final, la investigadora les daba su número para que pudieran llamarla en el caso de tener preguntas sobre el estudio.

Se sacaron dos conclusiones interesantes:

Las historias de los hombres que atravesaban el puente colgante tenían, en general, mayor contenido sexual y romántico.

Además, la mayoría de los que llamaron a la mujer tras el experimento eran, también, los interceptados en el puente “peligroso”.

Y esto porque las sensaciones de enamoramiento y miedo son realmente muy parecidas… Está claro que estos hombres atribuyeron erróneamente la excitación: etiquetaron como enamoramiento lo que era el estrés lógico producido por el peligro. Es pura memoria del cuerpo ¿no crees?

Las emociones son una reacción.

A veces conocemos de dónde vienen, otras veces no. Y me atrevería a decir que, en muchas ocasiones, ni siquiera importa demasiado porque, como hemos visto, es difícil encontrar el origen a ciertas reacciones.

Lo que nos interesa es aceptar que puedan estar y que no nos impidan seguir trabajando para alcanzar nuestros objetivos.

Etiquetas :

Psicología

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