Por qué nos quejamos tanto: qué hay detrás de la queja y cómo gestionarla

como soportar alguien que se queja mucho

Hay un tipo de frase que todos hemos dicho o escuchado alguna vez:

“Es que no paro de quejarme.”
“Estoy harto/a de escuchar siempre lo mismo.”
“Me siento pesado/a, pero es que… uff.”
“Otra vez igual.”
“Siempre se está quejando de algo.”

La queja tiene muy mala fama.
Se la ve como un defecto, un hábito feo o la prueba irrefutable de “lo negativo”.
Pero aquí va la realidad: la queja no es un fallo de carácter, es un mecanismo de regulación emocional.
Torpe, imperfecto, agotador… pero mecanismo al fin y al cabo.

Y sí: tiene una función emocional real. No lo digo solo yo.

Desde un enfoque contextual y sistémico, la queja no es “capricho”: es un síntoma.

Vamos a entenderlo.

¿Qué es realmente una queja?

Una queja es un intento de aliviar un malestar que se siente demasiado grande para sostener por dentro.
Es una manera de acercarse cuando no sabemos pedir.
Es un estilo relacional aprendido en algún lugar de la historia familiar.

Como explica The Conversation en su análisis sobre la psicología de la queja, quejarnos constantemente no es un capricho: es un intento de manejar un desgaste emocional interno que no sabemos colocar de otra forma.

La queja aparece cuando hay saturación, ansiedad o un conflicto interno que no encuentra otra vía de expresión.

Sí: aunque por fuera parezca solo ruido, por dentro la queja tiene lógica.

Lo que pasa por dentro de la persona que se queja

Desde fuera parece fácil juzgar:
“Siempre igual.”
“Qué agotamiento.”
“Qué negatividad.”

Pero dentro ocurre algo muy distinto.
La queja no es ruido.
Es un síntoma.

Y cuando la miras desde la psicología contextual, desde ACT y desde lo sistémico, cobra un sentido completamente diferente.

1. Siente incomodidad constante y no sabe regularla

La queja funciona como una válvula de escape emocional.
Cuando el sistema está saturado, la presión interna busca salir por algún lado.

El estrés sostenido y la sobrecarga emocional nos vuelven más reactivos, más sensibles y más propensos a “descargar” sin filtro cuando el sistema nervioso no da para más.

La queja es eso: un intento de alivio cuando el cuerpo no encuentra otra estrategia.

2. No se está quejando: está pidiendo conexión, pero en el idioma que conoce

Quien se queja no busca soluciones.
Busca compañía emocional.
Busca consuelo.
Busca sentir que no está solo/a con lo que le pasa.

Muchas quejas son búsquedas torpes de validación emocional: decir “mírame, escúchame, sostenme un momento”, pero sin tener el lenguaje para pedirlo directamente.

La queja no es ataque.
Es una petición disfrazada.

3. Activa la evitación experiencial (ACT lo tiene clarísimo)

ACT lo explica sin anestesia:
cuando no queremos sentir una emoción, la empujamos hacia afuera.

La queja es eso:
“No quiero sentir, así que lo expulso.”

No resuelve el fondo, pero alivia unos segundos.

4. No sabe poner palabras a lo que necesita

No sabe pedir.
No sabe decir “tengo miedo”, “estoy agotado/a”, “me siento perdido/a”.
La queja es el idioma emocional aprendido en casa, en la infancia, en el sistema.

Es el idioma que su cuerpo eligió para sobrevivir.

5. Siente culpa después de quejarse… aunque nadie lo note

Aquí viene un dato duro:
la mayoría de personas que se quejan mucho se dan cuenta y lo sufren.

Cuando estamos en un ciclo de estrés + queja, aparece un sentimiento de culpa que alimenta aún más el malestar.

Sin hablar de carga mental, la sensación de “no estoy gestionando bien nada” que aumenta la vergüenza y el autosabotaje.

La persona que se queja no es ajena a su impacto.
Lo siente.
Le duele.
Y muchas veces no sabe cómo salir.

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Lo que sucede en quienes escuchan la queja

Si convives con alguien que se queja mucho, tu sistema también se activa:

1. Saturación mental.
Cada queja entra como una “notificación emocional”.
Cuando hay demasiadas, entras en modo bloqueo.
Esto está muy relacionado con la carga mental: recibir quejas continuas activa recursos atencionales finitos.

2. Sensación de no poder ayudar.
Porque la queja no busca soluciones.
Busca compañía emocional.

3. Cansancio empático.
Se trata de la “fatiga por sostener el malestar ajeno sin recursos suficientes”.

4. Culpa por perder la paciencia.
“Sé que está mal… pero no puedo más.”

Todo esto es normal.
La queja desgasta a todos los sistemas conectados a ella.

¿Por qué algunas personas se quejan más que otras?

La psicología contextual señala tres grandes raíces:

1. Historia familiar

Tal como explican desde el enfoque sistémico (Minuchin, Bowen), aprendemos el “idioma emocional” en casa.
Si en tu familia la expresión emocional se hacía mediante queja, sarcasmo o desahogo constante… ese patrón se reproduce.

2. Indefensión aprendida

Cuando tus emociones no fueron escuchadas, tu cuerpo aprende que solo queda protestar.
Como recoge El Mundo Salud, la queja puede ser “una protesta crónica ante la sensación de falta de control”.

3. Sistema nervioso saturado

Cuando llevas demasiado tiempo sobreviviendo, la queja es el último cartucho antes del colapso.
BBC Mundo explica que el estrés sostenido reduce la capacidad de regular emociones y aumenta conductas reactivas (BBC Mundo, 2020).

Preguntas de autoevaluación (para ti o para entender a alguien cercano)

1. ¿Te quejas y después te sientes mal por hacerlo?
2. ¿Te cuesta pedir lo que necesitas directamente?
3. ¿Te quejas más cuando estás inseguro/a o cansado/a?
4. ¿Sientes que si pides directamente te van a rechazar?
5. ¿Te escuchas quejándote de lo mismo en bucle?
6. ¿La queja te sale antes incluso de saber qué estás sintiendo?
7. ¿Te quejas para aliviar ansiedad, aunque sea por un momento?

Si varias son “sí”, estás saturado/a.

Si tú eres quien se queja: qué hacer para no desgastarte (ni desgastar)

1. Cambia la queja por la emoción real.
No digas: “Todo es un desastre.”
Prueba con: “Estoy abrumado/a y necesito parar.”

2. Haz espacio interno a lo que sientes.
Un enfoque muy ACT: “Puedo sentir esto sin colapsar.”

3. Pregúntate: “¿Me acerca o me descarga?”
Si descarga → respira.
Si acerca → dilo más claro.

4. Practica pedir sin rodeos.
La queja intenta pedir ayuda, pero disfrazada.
Prueba lo directo.

Si quien se queja es alguien a quien amas: ¿cómo acompañar sin desesperarte?

1. No intentes arreglar.
La queja no quiere soluciones.
Quiere presencia.

2. Pon límites claros y afectuosos.
“Te quiero, pero ahora no puedo sostener esto. ¿Lo hablamos luego?”

3. Señala el fondo, no la forma.
“Creo que estás agotado/a.”
“Parece que esto te está sobrepasando.”

4. Habla del patrón, no del contenido.
“Necesito que encontremos otra forma de comunicarnos cuando estás mal.”

5. No invalides, pero no entres en el bucle.
Ni “otra vez con lo mismo”,
ni “tienes razón en todo”.

Punto medio.

Conclusión

Quejarse no te hace débil, ni tóxico, ni insoportable.

Te hace humano.

La queja es lo que pasa cuando el sistema emocional no tiene otra vía de escape.
Pero también es un aviso: hay algo dentro que necesita espacio, claridad y cuidado.

La solución nunca es callar.
Es traducir.

Pasar de la queja → a la emoción → a la necesidad → al vínculo.

Si tú, o alguien a quien quieres, está atrapado en un patrón de queja que ya está desgastando vínculos, autoestima o estabilidad, podemos trabajarlo juntos desde un enfoque contextual, sistémico y ACT.

La queja grita cuando hay algo dentro que susurra “no puedo más”.
Y ese susurro sí merece ser escuchado.

Etiquetas :

Psico Educación,Relaciones,Salud mental

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