Si estás leyendo esto después de un intento de suicidio,
lo primero que quiero decirte es algo simple y enorme: sigues aquí. Y eso no significa que “fallaste”. No es un fracaso. Es supervivencia. Aunque ahora mismo lo sientas como una condena, aunque te dé vergüenza contarlo, aunque el dolor siga pegado a tu piel como una losa, el hecho es que estás viva, estás vivo. Y eso abre una pregunta muy incómoda y necesaria: ¿qué hago ahora con esta vida que todavía tengo?
No es que hayas fallado, es que sobreviviste
Después de un intento, la mente puede ser despiadada. Te repite que no hiciste bien ni eso, que ni siquiera supiste morir. Esa es la voz cruel del sufrimiento, que solo ve túneles sin salida. Déjame decirlo sin anestesia: no es que fallaras, es que sobreviviste. El intento fue un grito desesperado de tu cuerpo y de tu mente diciendo “no puedo más”. No significa que hay algo que está mal en ti, significa que estabas agotado de sostener un dolor, miedo que parecía inabarcable. Y cada historia es distinta, pero hay algo en común: lo insoportable de ese dolor.
Y aquí está la paradoja: lo que te llevó al borde no es la vida entera, es un momento. Y aunque ahora mismo no lo creas, los momentos cambian. El hecho de que sigas aquí es la prueba de que todavía hay caminos que recorrer, aunque ahora mismo estén cubiertos de niebla.
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El dolor sigue, pero cambia
No te voy a engañar: el dolor no desaparece de un día para otro. No es que sobrevives y de repente ves la luz. Después de un intento te quedas con las cicatrices, con la vergüenza, con la rabia, con las preguntas sin respuesta. Y sin embargo, el dolor no es estático. Se mueve, cambia de forma, cambia de intensidad.
El problema es que nadie nos ha educado para sostener el dolor. Nos enseñan a huir de él, a taparlo, a distraernos, a negarlo. Pero la verdad es que en la vida hay cosas que son una mierda, y no se pueden cambiar. La pérdida, la enfermedad, la soledad, la injusticia… esas experiencias no se borran. Están ahí. Y pretender que “aceptarlas” es lo mismo que rendirse es otra trampa de la mente.
Aceptar no es rendirse. Aceptar es decir: esto está aquí, no me gusta, me duele, lo odio, pero está. Y, aun así, sigo. No desde la resignación, sino desde la honestidad. Porque lo contrario, la lucha constante por evitarlo o negarlo, solo añade más sufrimiento.
En el reportaje de El País, una mujer que sobrevivió a un intento lo explicó con una claridad brutal: “Antes solo me quería morir para sentir paz. Ahora veo el negro… y toda la gama de colores”. Eso es convivir con el dolor: entender que el negro no desaparece, pero deja de ocuparlo todo. Hay dolor, sí, pero también hay matices, hay grises, hay colores que poco a poco vuelven a entrar en la vida, y cobra sentido.
Hablar es incómodo, pero salva
Sé que hablar de esto da miedo. Sé que piensas “voy a preocupar a los demás”, “nadie lo entenderá”, “me van a juzgar”. Pero guardarlo en silencio solo alimenta al monstruo. El dolor callado se hace más grande. Hablar no lo elimina, pero abre una grieta en el túnel.
No necesitas soltarlo todo ni contarlo a cualquiera. Se trata de elegir a alguien que pueda escucharte sin juicio: un amigo, un familiar, un terapeuta. Alguien que no intente darte soluciones rápidas, sino que simplemente esté ahí. Porque cuando el dolor es tan grande, lo que necesitamos no es que nos digan “anímate”, sino que nos acompañen a sostenerlo. Y a veces, el simple hecho de decir en voz alta “he pensado en morir” es ya una manera de aliviar esa carga insoportable. Si necesitas ayuda contáctanos aquí.
La mente miente: pide ayuda aunque diga que no sirve
Tu mente probablemente te diga que da igual, que nada va a cambiar, que siempre estarás así. Esa es la misma voz que te llevó al borde. Y esa voz miente. Lo sé porque lo he visto en consulta una y otra vez: personas convencidas de que no había salida que, con ayuda, poco a poco, volvieron a reconstruir.
La ayuda profesional no borra el dolor, pero enseña a convivir con él de otra manera. A no dejar que te arrase. Desde la psicología contextual y la ACT trabajamos justo en eso: no evitar, no rendirse, sino aprender a sostener el dolor y seguir caminando en dirección a lo que importa. No es magia ni positivismo barato. Es práctica, es entrenamiento, es aprender a surfear las olas en lugar de dejar que te hundan.
No eres solo tu intento de suicidio
El intento de suicidio forma parte de tu historia, pero no es toda tu historia. No eres “la persona que quiso morir”. Eres mucho más. Eres alguien que atravesó el infierno y que sigue aquí. Y ese “seguir aquí” puede convertirse en la semilla de otra forma de vivir. No desde la negación, no desde el maquillaje, sino desde la verdad de lo que has pasado.
No tienes que convertir tu intento en un “aprendizaje positivo”. No tienes que romantizar nada. Pero sí puedes decidir qué hacer a partir de ahora con ese pedazo de tu vida.
No estás sola, no estás solo
Seguir aquí después de un intento es durísimo. Nadie debería banalizarlo. Pero es también una oportunidad. Una oportunidad de buscar apoyo, de encontrar otras formas de sostener el dolor, de descubrir que, aunque el negro siga presente, también hay más colores.
Y si en algún momento sientes que vuelves al borde:
📞 Teléfono 024 (España): gratuito, confidencial, disponible 24 horas.
📞 Teléfono de la Esperanza: 717 003 717.
📞 ANAR (menores): 900 20 20 10.
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