A mi madre y a mi hijo…

Cuando decidí ser madre soltera, tenía a mi lado una madre joven, sana y fuerte que estaba deseando ayudarme y enseñarme a ser mamá cuando el momento llegara. Mi embarazo transcurría con tranquilidad, salud y mucha felicidad. Me sentía llena de paz, alegría y amor y estaba deseando conocer a mi bebé.                                                                                       

Hacia el sexto mes de embarazo, me trasladé a la casa de mi madre para preparar la llegada del  bebé. Poco después mi madre empezó a tener olvidos y a comportarse de un modo raro. A veces no parecía ella y yo empecé a preocuparme. Un día, se despertó desorientada y llamé a la ambulancia. Llegamos a urgencias y al cabo de media hora me daría la noticia que cambiaría el resto de mi embarazo y de mi vida: mi madre tenía un tumor cerebral y le quedaban de dos a seis meses de vida. Todavía me caen las lágrimas al recordarlo. Yo sujetaba mi tripita con fuerza mientras aquella doctora arrojaba esas palabras sobre mi.

Si sólo vivía 2 meses, no iba a tener tiempo de conocer a su nieto y si vivía 6 meses, cómo iba  yo a aprender  ser madre en tan poco tiempo y lo peor… ¿cómo iba a ser capaz de vivir sin ella? 

Tras dos semanas en el hospital, volvimos a casa. Su tumor ya estaba muy avanzado y ella no era “consciente” de todo lo que estaba viviendo y de repente… una noche rompí aguas y tuve que llamar de nuevo a una ambulancia para que me llevara al hospital puesto que mi madre ya no podía acompañarme en el parto, tal y como habíamos planeado.                                                             

Pau nació a los 8 meses, y yo creo que se adelantó para conocer a su abuela aunque ella ya no pudiera apenas conocerlo ni reconocerlo, pero él no quería perderse al menos sus primeros meses de vida con ella. Así que tras una semana en el hospital, regresé a casa con un bebé recién nacido y dispuesta a cuidarlo a ella y a mi madre en cuerpo y alma.

Llegué a casa llena de energía y muy activa creyéndome capaz de llevarlo todo: cuidar al bebé, a mi madre, a nuestro perro, llevar la casa, cocinar y todo ello con buen humor, amor y alegría. Al principio así fue, yo les cantaba canciones a los dos y los colmaba de besos y alegría. Mi madre a veces nos miraba pero no nos veía y a veces nos escuchaba pero no nos oía. Su tumor además le distorsionaba las emociones, cuando el bebé lloraba, ella creía que reía y a veces cuando reía, ella pensaba que lloraba. Y así pasaron casi tres meses… viviendo en una montaña rusa de emociones. Por un lado, tenía el inicio de la vida y la felicidad personificados en Pau y por otro el final de la vida, la muerte, a la que mi madre se acercaba cada día un poco más. Aquello fue brutal… aún no sé cómo fui capaz de soportarlo.                                   

Tras tres meses mi madre empezó a necesitar atención médica 24 horas al día y tuvimos que ingresarla.

Se me partió el corazón al dejarla en esa habitación de hospital sabiendo que ya nunca volvería a su hogar. Y allí vivió durante 3 meses más, visitada frecuentemente por sus amigas, su hermana y por supuesto por mí y por Pau. Hacia el final de sus días, ya no podía andar y le faltaba fuerza hasta para hablar pero un día reunió la suficiente para pronunciar el nombre de mi hijo “Pau” y decidí subirlo a su habitación, cosa que hasta entonces había evitado por miedo a que el bebé cogiera algún virus del hospital. Al notarlo a su lado, mi madre acarició su cabecita mientras me me decía “está precioso”. Al día siguiente, cayó en un especie de sueño y a los 3 días murió. Esa mañana estuvimos a su lado cantándole canciones, dándole besos y llenándola  de amor. “Eres la mejor madre del mundo”, le dije mientras le besaba la mejilla. Esa misma tarde nos dejó. Exactamente el día que hacía 6 meses desde su diagnóstico. Yo no estaba preparada para vivir sin ella pero Pau me dio la fuerza necesaria para seguir adelante, luchar y se la madre que él merece.

A día de hoy, han pasado casi 10 meses pero yo recuerdo esos 6 meses como si fuera ayer…  Ella no está físicamente con nosotros pero sigue viviendo a través de mi hijo y de mi.  Gracias a Pau comprendí el amor incondicional que mi madre había sentido por mi cuando nací y mi corazón me pedía cuidarla y hacer que se sintiera querida en sus últimos meses de vida. Pero una nunca está preparada para quedarse sin madre y menos aún cuando acaba de convertirse en mamá… es cuando más la necesitas pero la vida me brindó la la oportunidad de convertirme en madre de Pau y en cierto modo, en madre de mi madre y espero que ella se fuera feliz y notando el amor incondicional que siempre sentí y sentiré por ella. Gracias por tanto, Mamá, te quiero.

Un amor muy “humano”

Soy afortunada, tengo varios amores en mi vida (algunos ya no en este plano) pero hoy he decidido contarte la historia de amor con mi perro Humphrey. Quizá porque es el amor más consciente y elegido. Después de perder a mi segundo hijo en el tercer mes de embarazo, entré en una caída libre hacia la depresión y mi pareja sugirió que tal vez deberíamos adoptar un perrito. Yo me ilusioné con la idea la verdad, así que pedimos cita a la perrera y fuimos a elegir a nuestro futuro perrito. Y allí estaba, esperándonos, un cachorro mestizo con ojos humanos 

 Y desde ese día que vino a casa decidí amarle, conscientemente, y ese amor se ha multiplicado más y más. Sin duda me salvó de la depresión mi pequeño H y poco a poco recuperé la alegría. Ahora es el compañero paciente de juegos de mi hijo mayor y de mi tercera hija, que nació poco después del aniversario de la adopción de H.

Estoy segura de que nuestro hijo estrella nos puso a H en nuestro camino.

La vuelta al cole en tiempos de Covid

No creo que yo sea la única madre que ha temido la vuelta al cole de sus peques, ya sea por motivos de salud o, como es mi caso por motivos emocionales. Íbamos a pasar de un inicio escolar en el que se respetaban los ritmos del alumnado, a uno en el que según la normativa del colegio, no podíamos bajarnos del coche para dejar a nuestras criaturas en el patio.
Mi hija mayor, de tan solo 4 años, no llevó muy bien sus inicios de curso previos y yo estaba preocupada por cómo iba a llevar el nuevo inicio escolar, después de tantos meses de convivencia. Así que, una noche de esas en las que el sueño ni aparece ni se le espera, decidí hacerle un “botón de los mimos” para que le ayudase durante los primeros días de clase.

Esa misma mañana, con un cansancio extremo debido a la falta de sueño, pero con la mejor de mis sonrisas, me acerqué a mi hija para contarle mi idea para que el inicio de cole fuera un poco más “adaptativo”. Le conté que haríamos un botón de los mimos entre las dos, con la forma y los colores que ella quisiera, y que así, podría llevárselo a clase y, que cuándo se sintiera triste o sola, podría apretar el botón y recibiría mis mimos y abrazos para darle fuerzas y seguir adelante con las clases.

Enviado desde mi iPhoneCuando fuimos a comprar las hojas de goma eva para lanzarnos a la aventura de la manualidad, mi hija me dijo una de las frases más bonitas y tiernas que le he escuchado. Y es que al empezar a hacer el botón me dijo: “Oye Amatxu, igual tenemos que hacer otro botón para ti y así cuando estés triste por no poder estar juntas, también puedes tener mis mimitos”.
Obviamente hicimos botones para todos, y ahora que ya llevamos unas semanas de curso escolar, tengo que decir que el botón de los mimos aún acompaña a mi hija en su jornada escolar, eso sí…ahora lo lleva en la mochila por si alguna vez lo necesita, aunque como ella dice, ahora ya no tiene que pulsarlo todos los días.

Mi mejor amigo

Me gusta contar mis historias de amor con todas las personas a las que quiero, pero especialmente mi historia de amor con Álvaro.
Somos amigos desde hace 6 años y pareja desde hace 1 año y 7 meses.

Nos conocimos a través de los concursos de guitarra (él también es guitarrista clásico). Él es de Córdoba y me descubrió en las redes sociales por un concurso que había ganado yo y me agregó a Facebook y empezamos a hablar por ahí sobre los concursos que íbamos a hacer próximamente etc.
Y resulta que íbamos a coincidir en varios.
Yo le gustaba a él incluso antes de conocerme.
Cuando teníamos 16 años.
Y cuando coincidíamos se le notaba bastante e incluso a él no le importaba hacérmelo saber.
Pero yo no lo veía a él de la misma forma, yo lo veía como un amigo.
Hasta que fue pasando el tiempo, fuimos creciendo y cambiando, cada uno por su lado porque como te digo éramos amigos en la distancia.
Y las últimas veces que coincidíamos yo me daba cuenta de que yo sentía un amor de amigo hacia él como siempre, pero que me despertaba algo más.
Y cuando se lo hice saber hicimos por vernos en Sevilla que es donde él estudiaba hasta hace 1 año.
Y ahí empezó todo.